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Rusco (Ruscus aculeatus)
Brusco, arrayán salvaje, arrayán morisco, jusbarba, chusbarba, albernera, escobina, sardonilla, gilbarbeira, xilbarda o xarda, son algunos de los numerosísimos nombres con los que se conoce al Rusco por toda la Península Ibérica.
Tradicionalmente se ha utilizado para reforzar la circulación, sobre todo venosa. Contiene gran cantidad de taninos, resinas, calcio y potasio,… así como saponinas esteroideas (ruscogenina y neuroruscogenina) y flavonoides (rutósido, hesperidina y quercetina).
Se le dio antiguamente muchos usos, y esta planta medicinal siempre ha estado unida a fuertes supersticiones. Ya en la edad media se le atribuían poderes y usos tan curiosos, como aquél que le otorgó el nombre de “espina ratera”, ya que se utilizaba para cubrir los garfios de los que colgaban los jamones y quesos, para que los ratones se pinchasen con sus espinas y desistiesen de su empeño.
Los estudios han demostrado que el rusco ejerce una acción venotónica mediante un mecanismo alfa-adrenérgico. Sus saponósidos esteroídicos son vasoconstrictores, antiinflamatorios y antiedematosos.
El rutósido, por su parte, tiene una actividad vitamínica P, que mejora la resistencia de los capilares, lo cual hace del rusco una planta muy útil en el tratamiento de las hemorroides, varices y las piernas cansadas. Además, el extracto de rusco, aplicado localmente, favorece la eliminación de las rojeces y disimula los pequeños capilares de la piel del rostro (couperosis).
Se revela como un excelente alivio para la pesadez de piernas, la sensación de hormigueo o la tendencia a que se duerman los pies y las manos.
En conclusión, el rusco es ideal para cualquier tipo de problema, relacionado con la circulación sanguínea.
Asimismo, se trata de una planta muy usada, no sólo en el mundo de la fitoterapia, sino también en el de la cosmética, en problemas dérmicos como la couperosis. También es muy usado contra la celulitis.